“Canelo noquea sin guantes: la respuesta que sacudió Arabia y unió a todo México”
Riad, Arabia Saudita – A veces, el golpe más contundente no se lanza en el ring, sino frente a un micrófono. Lo que ocurrió tras la victoria de Saúl “Canelo” Álvarez en Arabia Saudita no fue solo una conferencia de prensa: fue un acto de dignidad nacional convertido en fenómeno global.
El campeón mexicano, aún sudando tras su triunfo por decisión unánime, caminaba por los pasillos del estadio con la serenidad de quien ha cumplido su deber. A su lado, el príncipe Mohamed bin Salmán lo observaba con respeto. Pero el verdadero combate apenas comenzaba.
En la sala de prensa, un periodista saudí de nombre Hamid Alfaisal, conocido por sus preguntas provocadoras, alzó el micrófono. Con tono altanero, cuestionó el valor deportivo del triunfo de Canelo, insinuando que la pelea había sido un simple “trámite comercial”.
La sala enmudeció. Las cámaras captaron cada segundo. Alfaisal sonreía, buscando titulares jugosos. Pero no contaba con la respuesta del mexicano.
Sin alzar la voz, sin perder la compostura, Canelo le respondió con una frase que ya es parte de la historia:
“Puede llamarlo como quiera. Yo vine a pelear, a conectar cada golpe y a demostrar que mi entrega no tiene precio. Si esto para usted es solo un negocio, invíteme a correr una maratón y luego hablamos de mérito.”
El golpe no fue físico, pero se sintió como un derechazo al alma. El rostro del periodista se descompuso. Ni una palabra más. Desde el estrado, un leve gesto del príncipe bastó para que le retiraran el micrófono. Alfaisal fue silenciado. Castigado sin gritos, pero con contundencia real.
En México, donde millones habían trasnochado para ver la pelea, la escena reventó las redes sociales. El hashtag #CaneloEsMéxico lideró tendencias. Los memes no se hicieron esperar: el boxeador con corona árabe, el periodista con cara de noqueado, e incluso montajes de Canelo dando discursos en la ONU.
En el estudio de TV Azteca, Julio César Chávez no contuvo la emoción:
“¡Nos hicieron pendejos! ¿Quién se cree ese cabrón para andar cuestionando a nuestro campeón?”
Su furia era la de todo un país. El César del boxeo lo dijo sin filtros: el valor del esfuerzo no se mide desde una silla cómoda.
Mientras tanto, en ESPN México, David Faitelson ofrecía un análisis que más bien sonaba a homenaje:
“El Canelo demostró que su madurez fuera del ring está al nivel de su grandeza dentro de él. Contestó como cirujano: extirpó la mala leche sin derramar sangre.”
En su suite en Riad, mientras su equipo celebraba, Canelo revisaba los mensajes de felicitación. Desde compañeros boxeadores hasta figuras políticas, todos coincidían: había defendido no solo su carrera, sino el honor mexicano.
“No me late faltarle al respeto a nadie,” dijo tranquilo. “Pero tampoco voy a agachar la cabeza cuando ningunean mi chamba.”
Eddie Reynoso, su inseparable entrenador, lo miró con orgullo.
“Saúl, en 20 años juntos, nunca había estado tan orgulloso de ti como ayer. Ganaste sin tirar un solo golpe.”
El efecto fue tal que, al día siguiente, incluso medios saudíes comenzaron a suavizar la narrativa. En redes sociales, jóvenes de aquel país imitaban el estilo del Canelo, admirando su templanza. La respuesta del mexicano había trascendido fronteras. Ya no era solo un boxeador: era un símbolo.
De regreso al aeropuerto, un grupo de jóvenes saudíes logró acercarse a Canelo. Llevaban carteles escritos a mano:
“Respeto, México grande. Perdón por periodista malo.”
Ya en el avión, Eddie volvió a hablar:
“A veces las peleas más importantes no se dan en el ring. Las ganamos cuando nadie espera que peleemos, pero lo hacemos con cerebro en lugar de coraje.”
Canelo miró por la ventanilla. Atrás quedaban las dunas y un episodio que ya se escribía en tinta indeleble. No era solo el campeón que conectaba con los puños. Era el que noqueaba con palabra firme y corazón limpio.
Y México, desde sus calles, taquerías y pantallas, lo recibía no solo como ídolo… sino como leyenda.